«Sentía un pánico irracional a estos simpáticos bichitos que ya se habían habituado a vivir cerca de nosotros y a los que les gustaba pasearse al caer el sol.
Sufría ansiedad, miedo a la oscuridad y poco a poco se iba haciendo más dependiente en las sencillas labores domésticas que implicaran ir sola por la casa cuando llegaba la noche, magnificando al tamaño de un dinosaurio su pánico hacia estos bichos.
Tratabas de explicarle, de una forma racional claro, que el animalito la temía mucho más a ella, que era más grande y más fuerte, pero el miedo no entiende de razones, tampoco la alegría, ni el asco… Qué curioso. Ella también odiaba esta peli de emociones. Quizá porque le hacía llorar demasiado…
Recordé cuántos años he vivido con la misma sensación de aversión, con otros bichos distintos, y cómo ni el paso de los años ha logrado mitigar ese sentimiento.
A la vez gracioso y cruel; ni gracia te hace los que tratan de jugar a los psicólogos y probar su terapia contigo, (aunque ellos/as sí se rían de ver cómo te pones), así que se transforma en cruel, cuando la ansiedad vivida es tal que no puedes sino mirar con furia a los que se han burlado de tu miedo, mientras tu corazón sube y sube de pulsaciones hasta los topes.»
Respeta tus miedos, también los de los demás. Sólo así podrás con ellos.
Isabel