«Sabía que iba a ser un buen día. Quizá el hecho de que lloviera a cántaros y se le hubiese olvidado el paraguas no significaba nada, sino fuera por que necesitaba el sol para recargar sus pilas. Necesitaba la primavera para entrar en calor. Sus manos y sus pies estaban congelados, como siempre últimamente. Sus brazos, y sobretodo sus manos le pinchaban, tenía sensación de tenerlas entumecidas, doloridas, como si hubiese estado lijando o picando en clase de talla… pero no, ése era su día a día.
Cerró fuerte los ojos e intentó pensar que sí, que iba a ser un buen día. Necesitaba que lo fuera. Alguien le leyó una vez que cuanto más se desea algo, más fácil es que suceda. Cuando era pequeña rezaba para que sucediese, después de joven pedía deseos a las estrellas fugaces que siempre veía, y ahora… ahora tenía que hacer un gran esfuerzo hasta para desearlo.
Pero ese día era distinto. Y también sabía que no necesitaba pedirlo muy fuerte, porque sería distinto, hiciera lo que hiciera.
Había llegado el momento de comenzar a sonreir, así que cogió su careta de sonrisa con la mejor de las intenciones. Resultó un poco cómico al principio, pero a medida que la fue utilizando, se sintió cómoda con las reacciones de la gente. Algunos se reían de ella al verla así, otros se sorprendían de ver su cambio, otros se ponían muy muy tristes, pues no recordaban cuándo fue la última vez que sonrió para ellos, pero de verdad… Ella se lo pasó bomba. Había aprendido a ver a través de su careta, también a llorar sonriendo y reirse llorando, a emocionarse en el refugio de la protección, a mantenerse inmóvil, sin manifestar qué piensa y siente… Había entrenado mucho para el día que tuviera que quitársela.
Hoy, le tocaba VIVIR un gran día, y esperaba poder impregnarse de él. Sin su careta, como era de verdad.»
Isabel