Hay veces que el miedo se impregna tanto dentro de tí, que hacen falta muchas noches, muchos libros, muchas risas y un rascador bien grande para ir puliendo… No sabes cómo, y un día dejas de tener miedo. Ese día comienza el verdadero miedo, aunque tú ya no lo sientas…
«Se preparaba su mochila, se lavaba sus dientes, dejaba a punto su ropa del día siguiente y hacía el último pis del día, y casi automáticamente recordaba que ya era de noche, y podían venir a por ella, entonces echaba a correr por el pasillo, apagando la luz en el último instante para arañar unos segundos más de luz, y llegaba a su cuarto en 1 milisegundo, para encender la luz deprisa también. Odiaba la oscuridad. No por lo oscura que era, sino por que podían ocultarse tras ella todos los personajes maléficos que tenía en su mente, sobre todo uno, con colmillos, aunque la verdad es que cualquier cosa que se le cruzara por el camino en ese instante, era susceptible de recibir un grito ensordecedor y nervioso.
Después se metía corriendo en su camita, con la colcha verde gordita reversible, al lado de la de su hermana, y se tapaba todo su cuerpo asegurando los agujeritos que quedaban detrás de la cabeza, con una buena sujeción… no debía quedar nada que pudiera meterse en su refugio. Pensaba que si no podía ver el exterior, nadie la podría ver. A veces hacía un hueco para sacar su boca y aspirar aire fresquito de fuera de su refugio… ¡Qué bien le sentaba!. Era como una incursión a campo abierto…
Nunca nadie le atacó, ni le extrajo la sangre de su cuello. Poco a poco su refugio se fue abriendo…
Ahora le encanta quedarse sola por las noches, ahuyentando sus miedos.»
Isabel