«Siempre pensó que podía hacerlo, aunque la vida misma se había encargado de teñir de gris su deseo y esperanza, y ya casi no estaba segura de qué pensaba, qué quería y qué debía hacer. Casi.
Sólo necesitaba una sonrisa o quizá una idea, una palabra suave… sólo necesitaba silencio a veces. Mucho silencio. Hablar era muy duro. Recordó cuando su profesora de EGB le sacaba a la pizarra y se le hacía un nudo en la garganta. ¡Qué vergüenza sentía de no poder hablar! pero era imposible, se le amontonaban las palabras y se le quebraba la voz.
Recogió sus trastos, muchos trastos; que había acumulado a lo largo de su vida. Cachivaches de todos los tipos: pinturas, miles de papeles, recortes de prensa y un buen montón de libros que había seleccionado, de los cientos que se había leído… una mochila desgastada y algo de ropa. Fotos de las que un día fueron personas importante en su vida, y ahora lo eran de su corazón, algo de fruta y su bicicleta vieja. Y se marchó.
Se cargó la mochila a su espalda y siguió adelante.
No sabía qué le esperaba, pero sabía cruzar metas y llegar a destino pese a los inconvenientes, así que no dudó.
No sentía que dejara nada atrás, sólo un gran vacío. Un vacío que iba a llenar muy pronto, o eso esperaba.»