Esta semana ha sido triste. Como las 5 anteriores. Son ya bastantes las personas queridas que nos han dejado, aunque sé que podrían haber sido más y más cercanas, y de momento, es un motivo para mantener la esperanza. Aún así duele, y se siente en el alma.

Cuando supe que también don Miguel se había ido estos días, sentí una tristeza con una pátina de dulzura y cariño. No una tristeza dura y desgarradora, sino una con mucha paz. Don Miguel transmitía paz. Acercarte a hablar con él era salir reconfortado.

Siempre lo recordaré cuando lo conocí, tenía apenas 8 años, y he vivido muchos y buenos momentos hasta que se retiró. Su pelo blanco, blanco blanco, era como un signo de haber sido tocado por lo más alto de los dioses. Era su distintivo, el que marcaba la distancia entre él y nosotros. Luego te acercabas y… entrabas en un remanso de paz, como en un oasis en el mundo.

Cuando vi su entrevista me emocioné, era volver a escucharlo. Sabía que había estado muy enfermo al final de su vida, apagándose poco a poco, y me hubiese gustado verlo en más de una ocasión estos últimos años, pero me queda una imagen fresca y dulce de él. La he querido expresar. No podía dejar de dibujarlo. Forma parte de las personas importantes en este confinamiento. Su cara refleja la paz interior, el dorado del fondo, esa casulla que llevaba en los grandes actos de mi ciudad, y su pelo, otra vez su pelo, para mí, como un signo de fortaleza y pureza.

Un grato recuerdo, una vida dura y dedicada. Un gran sacerdote y una gran persona. Mai no t`oblidaré, Don Miguel¡.

DEP. Un abras

Isabel