«No podía controlar su ansia de saberlo todo. A veces se encontraba parando en una puerta escuchando a los vecinos. Sus oídos eran finos y traspasaban la dimensión del sonido, iban más allá. Su vista era corta pero siempre llevaba a mano unos anteojos, unos mini-prismáticos y tenía la facilidad de inventar lo que no podía leer. Su olfato era lo mejor, siempre estaba tras la busca de aquello que pudiera oler a noticia.
Se paró un momento. Pensó, ¿cuánto tiempo tengo?, diez minutos. De sobra. Comenzó a fisgar, entre los papeles que de normal se dejaban, confiando en su intimidad, en el escritorio, tocó el ratón del PC y se conectó… Bingo!!!. Era más de lo que podía haber imaginado. Sólo había un problema: aún no sabía qué hacer con un ordenador, y dejaba más pistas que un ratón en una despensa.
Recordó cuando era más pequeño, ¡cuánto le enojaba que tocaran sus cosas!, tenía un don especial para detectar cuándo lo habían hecho. Eso le había ayudado a ser el más perfecto cotilla. No dejaba rastro. O eso creía.»
Isabel
Comentarios recientes