Desde muy pequeña sabía que algo sucedía con ellas que las hacía diferentes. No era lo mismo que con los chicos. Y claro, quería ser uno de ellos, pero sólo por sus privilegios, nunca se sintió chico, pero deseó serlo en muchas situaciones. No entendió nunca porqué ellas tenían que hacer cosas diferentes y discutió mucho por ello. Siempre protestaba. Llegó un día que dejó de hacerlo. Seguía sin entender cómo podía haber diferencias entre ella y sus iguales masculinos, y luchaba para que fuesen las menos posibles, corría como ellos y era fuerte como muchos de ellos, pero eso no era bastante. También era lista, y destacaba en otras muchas cosas… Pero eso no era suficiente tampoco. Llegó un momento que dejó de sentirlo como un reto, y puede que hasta se acostumbrara a ello. ¡Ése fue su error!. ¡Cuánto se había acostumbrado a normalizar lo que no lo era!. Ahora se daba cuenta que eso había marcado su caracter. Y ya no conseguía que resbalase más.
Mucho había resbalado, mucho había caído sin que al parecer le mojase, pero sabía que no era así. Quizá era una buena edad para darse cuenta. Pero era difícil hacerlo sin enfrentarse a muchos principios y a muchas personas. Si comenzaba a mirar a su alrededor sentía el insoportable hedor del machismo acumulado en los rincones. En los rincones de nuestro yo más íntimo y más primitivo, en nuestro ser sociedad. Lo más lamentable que veía, era la justificación tradicional que de ello se hacía, como si el hecho de justificar una conducta nos limpiase de responsabilidad. Había vivido bien estos años, tratando de disimular lo que en su infancia y adolescencia intuyó, pero ya no había marcha atrás. ¡Cuánta mentira a nuestro alrededor!. Pero sobretodo, ¡Cuánta cobarde!.
Había conocido a muchas mujeres por las que valía la pena luchar, entre ellas su hija. También se había conocido a sí misma y pensó que quizá no todo estuviese dormido. Había superado adversidades y aún le quedaban muchas que superar. Valía la pena intentar hacerlo con otra mirada. Sabía que podía cambiar pequeñas cosas, siempre luchó por ello, pero quizá no había sido tan consciente hasta ahora.
Las mujeres de nuestra generación (mucho peor las de generaciones anteriores) hemos tenido que educarnos en colegios de chicas, donde ir con falda, hacer labor y obedecer era lo que se premiaba, en familias donde ser hija te concedía el honor de ser la encargada de las tareas domésticas, igual daba que trabajaras como tus hermanos en el resto de tareas duras de chico, también se te suponían menos capacidades para cuidar de tí misma (aún se le suponen), y tenían que acompañarte siempre, tenías que tener miedo a que te hiciesen algo, tenías que ponerte falda y gustarte el maquillaje, tenías que buscar un chico para casarte y poder vivir por tu cuenta, tenías que ser capaz de estudiar, trabajar, ser esposa y madre y llevar la casa, estar guapa siempre y todo eso con el peso de la responsabilidad que te impregnan en la cuna. También el deber de ser buena madre, dejando su trabajo para cuidar de sus bebés, de su casa, de su cuerpo… Teniendo muy claro que nos ha tocado. Sí. Nos ha tocado. Y asumirlo con gozo y alegría.
¡Cuántas mamás, madres, mujeres, solteras, casadas…¡ Hay muchas como ellas. Pero casi ninguna alza la voz, y las que lo hacen se les tacha por sus iguales con palabras malsonantes, parapetándose en el más rancio machismo de las mujeres… Estamos apañados.
Hoy he leído la biografía de alguien que se ha sentido como yo me siento ahora. No he podido llegar al final y no sé qué conclusiones ha podido sacar de su estudio acerca de las dificultades de la mujer en la conciliación del mundo en general, y de los estudios, el trabajo, la familia y nuestra carga mental en particular… Tampoco sé cómo puede ahora sobrevivir a las miradas de los que se cruzan con ella cada mañana. Sabiendo que están murmurando acerca de la ignorante de su vecina que piensa que podrá cambiar alguna cosa con esos pensamientos… Gracias al cielo, eso me sigue resbalando. ¡Qué pena que sean tantas las que no decidan cambiar esto!. Con lo caro que nos está saliendo a todos. También a ellos. Sólo sé que me he sentido igual que esta chica, en casi todo lo que describía. Bien. no estoy sola.
El resbalín que yo he usado siempre me ha ido bien, pero me estoy quitando alguna de las capas, solo algunas; para sentir únicamente lo que quiero sentir, y aislar la mentira, la zafiedad, la hipocresía y sobretodo la tibieza de nuestro alrededor.
Seguiré leyendo a esta mujer. Y a muchas otras. Al menos eso ahora no está prohibido.
Isabel
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