«A veces pensaba que hubiera querido ser como un click. Como esos que antes inundaron su salón, ésos que bien podían ser futbolistas, veterinarios, princesas o amazonas, doctores o exploradores. Ahora tenía uno delante, sólo había sobrevivido uno a la gran catástrofe, con gorra de capitán, pantalón de fútbol y bikini de sirena, con joya incluida. Una mezcla curiosa. ¡Cuántas esperanzas puso en sus pequeños!, ¡Cuántas ligas ganadas y animalitos rescatados, cuántos niños que aprendieron en su club!… Le encantaba su pelo de quita y pon, sus ropas y la facilidad que tenía cualquier pequeño de emocionarse con algo tan chiquitito.
Quizá se sentía un poco click. Quizá sentía cómo otros manejaban sus vestidos, sus destinos, sus ilusiones como los niños lo hacen con su escuadrón de muñecos. Y bien mirado, no estaba tan mal. Así no tendría que preocuparse por seguir, o ganar o conquistar… su mano negra, o quizá blanca le sacaría del apuro, o lo llevaría a lo más alto. Quizá no. Seguramente se olvidaría de él y lo dejaría en una cajita guardado. Con suerte. También podían dejarlo en la basura, o en el desván en un rincón sucio.
Definitivamente, no fuera buena idea ser un click, aunque muchos pretendieran seguir dominando sus pasos. Le daría brillo, le buscaría un buen lugar e iría a consultarle cada vez que tuviera dudas. Sí, eso haría. Y a partir de ese momento había pensado adoptar el disfraz del hombre invisible. Se iba a divertir. »
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